-¿Eres feliz? -le preguntó con aquella voz suya, suave, aterciopelada.
¿Era feliz? La charcutera pensó en su madre añosa, en un marido al que le gustaba más la cerveza que ella y en dos hijas con la adolescencia eterna. Sonrió triste.
-Mary Kay tiene lo que necesitas.
Lupita le entregó una muestra de crema antiedad.
-¿Cremitas?
-¡Juventud!
La charcutera leyó: crema antiedad rejuvenecedora.
-¿Tan vieja se me ve?
-Mucho.
-¿Cuánto cuesta?
-Te la regalo si me reúnes cuatro amigas para una clase de cuidado de la piel. Una fiesta de chicas.
La charcutera pensó en invitar a su madre, a su hermana y a sus dos hijas. La vejez era contagiosa.
¿Era feliz? La charcutera pensó en su madre añosa, en un marido al que le gustaba más la cerveza que ella y en dos hijas con la adolescencia eterna. Sonrió triste.
-Mary Kay tiene lo que necesitas.
Lupita le entregó una muestra de crema antiedad.
-¿Cremitas?
-¡Juventud!
La charcutera leyó: crema antiedad rejuvenecedora.
-¿Tan vieja se me ve?
-Mucho.
-¿Cuánto cuesta?
-Te la regalo si me reúnes cuatro amigas para una clase de cuidado de la piel. Una fiesta de chicas.
La charcutera pensó en invitar a su madre, a su hermana y a sus dos hijas. La vejez era contagiosa.
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