Juegas a la Bolsa el dinero
que ganas sin trabajar mucho
en esa cueva que habitas
desde que Dios te hizo hombre.
Yo sufro por ti, Adán mío.
Me horroriza verte pobre
con los harapos de traje
y el hambre en la boca.
Corro al parquet maldiciendo
todas las cotizaciones
que suben sin un aviso
para vender las acciones.
Tú, Adán mío, me pides
rezos y no maldiciones,
pero no puedo rezar
al ver tu quiebra en la Bolsa.
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